Berlín 1942, una mañana gris, un apartamento, un edificio suburbano. Los oíste llegar con las sirenas a todo volumen y corriste al único lugar donde podías esconderte: el ático. Está oscuro, pero los conductos del interior de las paredes transmiten los sonidos de los verdugos que te buscan por el edificio. Aguantas la respiración. Luego, un susurro. No estás solo.
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